Democracia

Instalación “Democracia” de la exposición “Desataduras”
Centro Cultural Montehermoso
11 de septiembre – 15 de noviembre de 2020

Quizá no se trate de una llegada o de un desenlace, pero la última sala de la muestra “Desataduras” nos propone una confrontación directa que justifica la exposición. La frase (enmarcada) “Todo está atado y bien atado” convive con “Democracia”. Pero esta palabra, desgastada, manoseada, desprovista ya de sentido, solo es legible a través de las imágenes distorsionadas que proyecta. Nada más elocuente.

“Todo está atado y bien atado”. Siempre es momento de comenzar a desatarlo.

Textos de Arturo / fito Rodríguez Bornaetxea
Fotografías de Jorge Salvador

Texto completo del catálogo:

DESATADURAS, de Nerea Lekuona
Arturo / fito Rodríguez Bornaetxea
¿Todo atado?

Hay frases, imágenes, texturas, colores…, que quedan en nuestra mente y producen en su derredor nubes de ficción destinadas a completar los recuerdos. Quizá sea esta la razón por la que “el relato” (histórico, social…) se ha convertido en un objeto de deseo y de conflicto: es sabido que una transmisión dominante de ciertos vapores estéticos o de enunciados pegajosos puede llegar a modelar a los sujetos receptores. Quizá por ello, la memoria es hoy -más que nunca- un espacio de lucha.

En este sentido, el imaginario que ha acompañado a la denominada “Transición” hasta convertirlo en un régimen de implantación simbólica (“transitocracia”), sigue funcionando como mecanismo de sujeción que dificulta y neutraliza la audacia política y el compromiso con nuestro tiempo.

Para Nerea Lekuona, todo lo que está “bien atado” presenta de partida ciertos interrogantes, y es precisamente en ese cuestionamiento donde establece para su proyecto una estrategia de descompresión, una sacudida, un gesto radical y un extrañamiento inducido que finalmente resulta ser su motor creativo.

Nos viene aquí “al pelo” tomar prestada la sentencia “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, de Walter Benjamin, no tanto para dar sentido a una historia épica de héroes oprimidos, lo que significaría utilizar solo una primera capa de sentido de la frase, sino para entender dicho contra-cepillado como una ruptura de la dirección y de la continuidad histórica; para entender la operación como la posibilidad de abordar una temporalidad múltiple en la que emerjan los acontecimientos en su singularidad, sin las ataduras de la historia como proceso.

Así, la lectura a contrapelo supondría en este caso, para esta exposición, despeinar los significantes, rizar los símbolos y provocar una maraña de referencias para poder leer el pasado en el presente sin un desenlace preestablecido. De este modo los acontecimientos, independizados de un relato homogéneo y lineal, podrían ser reinterpretados en su contexto y concebidos como cápsulas de tiempo dispuestas para ser reinsertadas en un nuevo flujo de lo posible. No se trata de magia o de utopía, sino del compromiso transgresor que se le supone al arte, nada más y nada menos.

Si como venimos diciendo el material de trabajo para esta muestra no es otro que el imaginario latente de la Transición, lo que se percibe en primer término son ataduras y fijaciones que hay que despeinar o por lo menos someter a un desorden de carácter higiénico. Y dado que hablar de Transición hoy en día es hablar de política más que de historia, dicho imaginario se presenta en esta exposición como material de desguace, como un nudo (de imágenes, palabras, frases y sonidos) que es posible desatar con las herramientas de una práctica contemporánea del arte. De un arte que no elude el significado de lo político.

Pero el trabajo de Nerea Lekuona no trata de enjuiciar o de revisar este periodo, sino de establecer relaciones entre el empaquetado oficial y las propuestas de vocación estética o ficcional capaces de aportar nuevas subjetividades. Se trata más bien de analizar la construcción de imaginarios políticos y sociales para incorporar la producción cultural y visual no como un producto pasivo sino como un elemento activamente implicado en la producción de sentido. Se trata, sobre todo, de ofrecer una perspectiva crítica sobre la visión celebratoria y amnésica que ha prevalecido en relación a la Transición para desatar, también, las mentalidades, las memorias, las voluntades, los deseos y los proyectos colectivos de emancipación.

Desatando

Las herramientas del arte pueden pasar inadvertidas porque lo que está en juego va más allá de la técnica. Pero el dominio de las herramientas resulta ser un aspecto fundamental para conseguir ese requerimiento o invocación que busca la propuesta artística en diferentes niveles de percepción, emoción o pensamiento. La eficacia de este proceso de trabajo que es el arte se demuestra cuando advertimos un conocimiento nuevo que atraviesa la experiencia sensible. A partir de ese momento solo podemos: o bien inhibirnos, o bien afrontar el reto. El desafío que se nos plantea no es más que una invitación a pensar más allá de lo que se muestra, porque, como sabemos, la obra de arte que enfrentamos siempre acaba en unx mismx. O al menos, en esa esperanza vivimos.

En esta exposición, la autora utiliza discretas herramientas de precisión, ya sean técnicas, perceptuales o conceptuales. Nos convoca a un ejercicio exigente de abstracción y a una toma de posición no exenta de la aspereza que provoca el cepillado a contrapelo.

Cada una de las palabras o frases que cubren los grandes papeles de color que invaden las salas se expanden en el espacio junto a otros elementos conformando una instalación. Cada una de las instalaciones se engarza con la siguiente dando lugar a un texto expandido recargado de significado gracias a las operaciones sintácticas que se producen en cada sala. Hay pues un recorrido, un pasaje sereno y despejado hacia nuestra circunstancia actual, pero nunca un solo desenlace. De nuevo, todo recae en nuestra propia responsabilidad.

La escritura como masaje, el trabajo amanuense, el trazo a la vista, la condición pictórica, la vertiente sociológica, la planificación y la intervención conviven en este trabajo que es “Desataduras”. Cuestiones como el archivo (la memoria en movimiento), el color (tono y luminosidad de cada sala), la grafía (en el centro de la jugada y en toda su extensión), los juegos ópticos (reflejos, reflexiones, perspectivas), así como el punto y el contrapunto, se articulan para dar sentido a cada instalación y a la instalación de instalaciones que es la exposición.

Con un “Archipiélago de penínsulas”, así comienza el recorrido. Partimos de una ruptura de la ubicación geográfica y política. La lógica cartográfica, si es que alguna vez tuvo validez, ha estallado en mil pedazos. En este archipiélago que nunca podrá serlo (y que nos recuerda a “la balsa de piedra” de Saramago), descubrimos la pregnancia de una silueta, la peninsular, como una imposición. Omnipresente en la educación, en la construcción de un imaginario nacional, en la memoria de varias generaciones, el mapa peninsular juega aquí un papel divergente, el de una ubicación mental de la que solo es posible escapar mediante el color azul. El mapa ha explosionado desde dentro, al igual que cada sujeto durante los oscuros años de la dictadura. El azul se presenta como un mar de voces, como un eco rasgando el cielo que es preciso recoger y amplificar para llegar a otras orillas.

Dictadura. De tal modo atraviesa la dictadura al individuo que se presenta simultáneamente como reflejo y como sombra. Mediante esta confusión se impone el autoritarismo, engullendo al individuo en su propia imagen. Al afinar el sentido de la puesta en escena de esta sala, en la que es imposible encontrar una equidistancia, nos vemos observados por los retratos de la pared. No hay solución de continuidad, la mirada imperativa de un personaje y de otro son siempre paralelas, siempre contiguas, como una segunda parte que nunca fue buena, como la segunda temporada de la peor serie.

La denominada “política de las emociones” comenzó mucho antes de la implantación del actual marketing político. La sentencia “Puedo prometer y prometo”, tenía la función de un eslogan de carácter sentimental y suponía el comienzo de “la promesa” como principal elemento pirotécnico de la política de partidos. En hora punta. Máxima audiencia. Total confianza.

En esta sala, el rollo sin fin del que cuelga la frase así como la estructura dispuesta para que continúe su escritura (cabría hablar aquí de “superestructura”), se presenta como una máquina de espejismos. De igual modo, la presentación de esta misma frase como circunloquio gigante, como agujero en la pared, no es más que la constatación de un status quo que puede seguir girando sobre si mismo hasta el infinito y más allá. A menos que atravesemos el círculo impuesto de la normalidad.

En Vitoria-Gasteiz la frase “La calle es mía” tiene resonancias criminales. Aquí, la voz de la autoridad que alentó un represión asesina no puede más que llevarse al suelo que pisamos. La calle es de todos, la calle es nuestra. El espacio urbano ocupa esta espacio institucional para conectarlo directamente con la memoria del 3 de marzo de 1976. La propuesta expositiva adquiere aquí un matiz especialmente comprometido. No es solo una obra “situada” y arraigada en lo local, sino que conecta todas las reflexiones anteriores de la exposición a las cuestiones que siguen hoy sin resolverse. De nuevo, esa temporalidad múltiple de la que hablábamos se hace patente y nos permite entender “aquello” como “esto”, aquel suceso como nuestra actualidad, aquella ignominia como algo presente.

Quizá no se trate de una llegada o de un desenlace, pero la última sala de la muestra “Desataduras” nos propone una confrontación directa que justifica la exposición. La frase (enmarcada) “Todo está atado y bien atado” convive con “Democracia”. Pero esta palabra, desgastada, manoseada, desprovista ya de sentido, solo es legible a través de las imágenes distorsionadas que proyecta. Nada más elocuente.

“Todo está atado y bien atado”. Siempre es momento de comenzar a desatarlo.